Camilo Ramírez Garza
Las múltiples y muy variadas agresiones que se presentan en el ámbito social también se reproducen en el ámbito educativo; no es casualidad que la violencia escolar (acoso escolar, bullying, exclusión institucional) se realice de manera singular, en estos tiempos, precisamente cuando se han perdido las lógicas que otrora funcionaran para organizar los lazos sociales entre los sujetos.
La declinación de la autoridad es una pérdida de dichos referentes que se manifiesta de manera particular en diversos ámbitos: familiar, religioso, político, y por supuesto, educativo. Pero ¿Cómo es que se ha perdido? El pasaje de lo político a lo empresarial en donde ya no importa la jugada que realice el Estado por el bien común de los ciudadanos, sino el fin (producir negocios, ganancias) justifica el medio (por más rapaz y criminal que parezca) en donde el ciudadano queda transformado en cliente; la transformación de lo privado en lo público, plantea un contexto de excesiva vigilancia donde los agentes educativos, por ejemplo, ya no pueden operar su función, pues van quedando identificados a administradores del conocimiento (presentar, medir y cuantificar) perdiendo parte fundamental de su función docente: ser guía y modelo educativo. Todo esto en un contexto biopolítico que se ofrece con rostro amable, en pro de la salud y el bienestar, la calidad de vida, cuya jugada es hoy más que nunca despojar a lo humano de eso que precisamente le ha hecho humano: el sentido, la subjetividad, el lenguaje, ¡Su voz!, quedando identificado a simple especie, del uno para todos, en base a lógicas biológicas, herramienta de control de los estados totalitarios, de antes y los de ahora con rostro amable y democrático.
Es en este contexto, precisamente donde debemos de replantearnos el sentido de la violencia escolar, como experiencias que manifiestan un malestar no solo individual de quien lo padece día a día, así como quien lo ejerce, sino del colectivo e institucional. La violencia escolar es una muestra y expresión de la violencia social, que se produce a través de políticas públicas rapaces que igualmente bulean a los ciudadanos. Solo que en la escuela se considera –erróneamente- descontextualizada de lo social (modelos y patrones reproducidos por diverso agentes) dándole predominancia a los factores psicológicos y neurológicos, desde una lectura “interna”, como si estos no se produjeran en el contexto social más inmediato, familiar, así como el más amplio. En ese sentido la violencia escolar es expresión singular, entre alumnos, y entre estos y docentes, de las tensiones entre otros lazos sociales, que igualmente revelan la violencia sutil y objetiva de la escuela y del Estado. En cierta forma la violencia singular, de los insultos y de cuerpo a cuerpo entre los alumnos, es una forma de reintroducir lo humano en la vida académica por demás homologada en base a criterios industriales que cuantifican lo humano, así como una manifestación (puesta en acto) de aquello que se recibe de manera velada o abierta por parte de las políticas públicas e institucionales, de parte de políticos, docentes y padres de familia.
En ese sentido, la violencia en las escuelas no solo debe detectarse, detenerse y castigarse, sino sobre todo investigarse y comprenderse como manifestación de un malestar más amplio que intenta revelarnos algo sobre la escuela, la educación y sus avatares, en un continuo social y contextual institucional (la violencia es expresión de las tensiones de los miembros de los grupos que participan en determinada labor) que al integrarse y quedar reconocido, puede entonces ser vía de exploración de lo que tiene lugar en el objeto de educar y los vínculos que suscita.
http://columnacamio.jimdo.com Twitter: @CamiloRamirez_
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