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martes, 27 de enero de 2015

Malnacidas (Esas jóvenes, y no tan jóvenes, hijas de puta)

 

suicidio2

Manuel Rodríguez G. Rodríguez G.

Acabo de encontrarme con un artículo del excelente escritor Arturo Pérez-Reverte, donde como viene siendo costumbre – atípica sana costumbre en un nada apocado pensante insumiso de nuestra lánguida libertad pseudodemocrática-  califica a cada quien con su referencia más precisa: en este caso como HIJAS/OS DE PUTA.

Uno no es tan valiente, ni tan directo a la hora de nombrar a cierta gentuza, como lo hace tan maravillosamente mi apreciado Pérez-Reverte. Aunque cientos de veces he recordado a esas HIJAS/OS DE PUTA, sólo las he referenciado como MALNACIDAS/OS porque se dice por aquí por este territorio de demasiados cobardes donde malvivo, que pudiera ser que pudiera que sus madres fueran hasta buenas personas, hasta “santas”, pero no por ellos sus hijas/os dejan de ser verdaderas HIJAS/OS DE PUTA. Personalmente he podido constatar en no pocas ocasiones que su condición le vienen a muchas/os de casta; es decir ellas/os y sus madres son unas verdaderas HIJAS/OS DE PUTA, aunque no por ello debo llamarlas a ellas y a sus madres con esa “pertenencia”, sino apocadamente solo MALNACIDAS porque insisto, pudiera ser que pudiera que  sus abuelas o madres de sus madres fueran hasta buenas personas, hasta “santas”…

Me temo que seguiré encontrándome demasiado tiempo y demasiadas veces en este pueblo mío con las/os MALNACIDAS/OS, que putearon y putean a mi hija; con esas HIJAS/OS de PUTAS a los que sólo los llamo así cuando los miro y les acuso con una inmensa mirada de desprecio por el enorme daño que nos hicieron; por supuesto a esas alimañas y a quienes permitieron que un minante acoso y derribo se diera contra nosotros.

Especial mención y recuerdo en estos días a una HIJA DE PUTA; perdón quise decir MALNACIDA, a la que Don Dinero en su momento a través de “papaito”, la colocó en la poltrona de máxima responsable de un centro dependiente de una Caja de Ahorros de todos conocida, para que la “princesita” dirigiera un colegio de alumnado con muy graves problemas  y a los que – me contaron autoridades – no dudó en esconder y silenciar muy graves sucesos entre ellos. Por supuesto la zafia HIJA DE PUTA, - disculpas al lector – sólo  lo decía de pensamiento, ya que solo quería escribir MALNACIDA;  por supuesto como decía, la muy harpía no dudó en defender su “ética y profesionalidad” atacando a víctima y familia y, cómo no, apoyándose en bulos y rumorologías que en su día se habían construido con gente tan HIJA DE PUTA,  como esta MALNACIDA…

Quienes se sientan ofendidos o sencillamente crean inoportunos, soeces y poco correctas ciertas expresiones calificadoras les invito a empatizar con la madre de Carla -principal víctima viva de este estado imperante nuestro- Su hija ya no está con nosotros.

A quienes,  (como yo, mi hija y mi familia) habéis sufrido este terrorismo psico-social no hace falta comentaros nada. Desgraciadamente sabéis de qué hablamos Triste

Os dejo con el crudo, pero interesante, honesto y valiente escrito de Pérez-Reverte

 

Esas jóvenes hijas de puta

Arturo Pérez-Reverte

http://www.finanzas.com/xl-semanal/firmas/arturo-perez-reverte/index.html

Supongo que a muchos se les habrá olvidado ya, si es que se enteraron. Por eso voy a hacer de aguafiestas, y recordarlo. Entre otras cosas, y más a menudo que muchas, el ser humano es cruel y es cobarde. Pero, por razones de conveniencia, tiene memoria flaca y sólo se acuerda de su propia crueldad y su cobardía cuando le interesa. Quizá debido a eso, la palabra remordimiento es de las menos complacientes que el hombre conoce, cuando la conoce. De las menos compatibles con su egoísmo y su bajeza moral. Por eso es la que menos consulta en el diccionario. La que menos utiliza. La que menos pronuncia.

Hace dos años, Carla Díaz Magnien, una adolescente desesperada, acosada de manera infame por dos compañeras de clase, se suicidó tirándose por un acantilado en Gijón. Y hace ahora unas semanas, un juez condenó a las dos acosadoras a la estúpida pena -no por estupidez del juez, que ahí no me meto, sino de las leyes vigentes en este disparatado país- de cuatro meses de trabajos socioeducativos. Ésas son todas las plumas que ambas pájaras dejan en este episodio. Detrás, una chica muerta, una familia destrozada, una madre enloquecida por el dolor y la injusticia, y unos vecinos, colegio y sociedad que, como de costumbre, tras las condolencias de oficio, dejan atrás el asunto y siguen tranquilos su vida.

Pero hagan el favor. Vuelvan ustedes atrás y piensen. Imaginen. Una chiquilla de catorce años, antipática para algunas compañeras, a la que insultaban a diario utilizando su estrabismo -«Carla, topacio, un ojo para acá y otro para el espacio»-, a la que alguna vez obligaron a refugiarse en los baños para escapar de agresiones, a la que llamaban bollera, a la que amenazaban con esa falta de piedad que ciertos hijos e hijas de la grandísima puta, a la espera de madurar en esplendorosos adultos, desarrollan ya desde bien jovencitos. Desde niños. Que se lo pregunten, si no, a los miles de homosexuales que todavía, pese al buen rollo que todos tenemos ahora, o decimos tener, aún sufren desprecio y acoso en el colegio. O a los gorditos, a los torpes, a los tímidos, a los cuatro ojos que no tienen los medios o la entereza de hacerse respetar a hostia limpia. Y a eso, claro, a la crueldad de las que oficiaron de verdugos, añadamos la actitud miserable del resto: la cobardía, el lavarse las manos. La indiferencia de los compañeros de clase, testigos del acoso pero dejando -anuncio de los muy miserables ciudadanos que serán en el futuro- que las cosas siguieran su curso. El silencio de los borregos, o las borregas, que nunca consideran la tragedia asunto suyo, a menos que les toque a ellos. Y el colegio, claro. Esos dignos profesores, resultado directo de la sociedad disparatada en la que vivimos, cuya escarmentada vocación consiste en pasar inadvertidos, no meterse en problemas con los padres y cobrar a fin de mes. Los que vieron lo que ocurría y miraron a otro lado, argumentando lo de siempre: «Son cosas de crías». Líos de niñas. Y mientras, Carla, pidiendo a su hermana mayor que la acompañara a la puerta del colegio. La pobre. Para protegerla.

Faltaba, claro, el Gólgota de las redes sociales. El territorio donde toda vileza, toda ruindad, tiene su asiento impune. Allí, la crucifixión de Carla fue completa. Insultos, calumnias, coro de divertidos tuiteros que, como tiburones, acudieron al olor de la sangre. Más bromas, más mofas. Más ojos bizcos, más bollera. Y los que sabían, y los que no saben, que son la mayor parte, pero se lo pasan de cine con la masacre, riendo a costa del asunto. La habitual risa de las ratas. Hasta que, incapaz de soportarlo, con el mundo encima, tal como puede caerte cuando tienes catorce años, Carla no pudo más, caminó hasta el borde de un acantilado y se arrojó por él.

Ignoro cómo fue la reacción posterior en su colegio. Imagino, como siempre, a las compis de clase abrazadas entre lágrimas como en las series de televisión, cosa que les encanta, haciéndose fotos con los móviles mientras pondrían mensajitos en plan Carla no te olvidamos, y muñequitos de peluche, y velas encendidas y flores, y todas esas gilipolleces con las que despedimos, barato, a los infelices a quienes suelen despachar nuestra cobardía, envidia, incompetencia, crueldad, desidia o estupidez. Pero, en fin. Ya que hay sentencia de por medio, espero que, con ella en la mano, la madre de Carla le saque ahora, por vía judicial, los tuétanos a ese colegio miserable que fue cómplice pasivo de la canallada cometida con su hija. Porque al final, ni escozores ni arrepentimientos ni gaitas en vinagre. En este mundo de mierda, lo único que de verdad duele, de verdad castiga, de verdad remuerde, es que te saquen la pasta.

 

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martes, 20 de enero de 2015

Aprendiendo de un suicidio: la triste muerte de Carla

 

acosoescolar bigmarchEn la Unión Europea, el acoso y maltrato por bullying lo sufren alrededor de 24 millones de niños y jóvenes al año.

José Antonio Marina

Carla Díaz se suicidó a los 14 años, en abril de 2013, victima de acoso escolar. La condena de las dos menores encontradas responsables de ese hecho ha planteado de nuevo el problema del bullying. Ante una tragedia semejante, sólo queda el limitado consuelo de aprovechar la terrible experiencia para evitar que se repita. Por desgracia, de los temas educativos nos acordamos sólo cuando hay malas noticias.

En 1983 se comenzó a tratar con rigor el acoso cuando, en Noruega, se suicidaron tres chicos de edades entre 13 y 14 años por esa causa. Se emprendió una campaña en educación primaria y secundaria, dirigida por Dan Olweus, que se convirtió en la autoridad de referencia en este tema. En España la preocupación se despertó con el suicido de Jokin, en 2006. En todas partes la preocupación es suscitada por hechos dramáticos.

En Massachussets se promulgaron en abril de 2010 leyes estatales que exigen que los casos más severos de acoso escolar sean denunciados a las autoridades, después del suicidio de Phoebe Prince, de 15 años, harta del bullying de que era objeto. Muchos pensaron que una ley penal no resolvía el problema. En 2012, el caso de Amanda Todd, una niña que se suicidó después de dejar un video contando su historia, volvió a estremecer a Estados Unidos.

El problema global del bullying

Según la Organización Mundial de la Salud y Naciones Unidas, cada año se suicidan en el mundo alrededor de 600.000 adolescentes y jóvenes, entre  los 14 y los 28 años, y al menos la mitad tiene alguna relación con el bullying. En Europa, las naciones con más acoso son, por este orden, Reino Unido, Rusia, Irlanda, España e Italia. La organización británica contra el acoso juvenil Beat Bullying alerta de que este problema es más serio de lo que parece, ya que “en la Unión Europea, el acoso y maltrato por bullying lo sufren alrededor de 24 millones de niños y jóvenes al año”.

En los últimos tiempos han aparecido modalidades a través de las redes sociales

Los actos de intimidación se dan en un porcentaje mayor en las mismas instalaciones escolares, y después en el trayecto de casa al colegio. Pueden consistir en violencia física o verbal, o en maniobras de exclusión social de un alumno o alumna. En los últimos tiempos han aparecido modalidades a través de las redes sociales, como el bullying electrónico, o el sexting, que consiste en difundir imágenes o videos de alto contenido sexual o erótico para provocar la humillación del afectado. Save the Children ha publicado recientemente un estudio sobre el acoso escolar y el ciberacoso en España, con una propuestas de actuación.

El problema, pues, es muy serio, aunque en España las estadísticas difieren mucho, por la variedad de criterios para medir el acoso. No todo acto de violencia es acoso, ni todas las personas violentas son acosadoras. Hay personas temperamentalmente agresivas, o con sesgos cognitivos, o con mal control de los impulsos, o con síndromes explosivos intermitentes, que pueden producir conductas violentas puntuales, incluso frecuentes.

Pero el acoso –según la definición del Ministerio de Educación– implica que un mismo alumno esté expuesto, de forma repetida y durante un tiempo a acciones negativas que llevan a cabo otros alumnos o grupos de ellos”. Como dice Rosario Ortega, una de las expertas españolas en el tema, “el acoso entre iguales es un fenómeno sostenido de abuso de poder, maltrato y exclusión social, que implica un desequilibrio de fuerzas”. 

Causas y soluciones

Como todos los problemas educativos en el del acoso influyen muchos elementos, psicológicos, sociales, y morales. Pone de manifiesto la necesidad de que la sociedad entera colabore a su resolución, aunque familias y centros educativos tienen un papel esencial. En algunos casos, los pediatras pueden ayudarnos a identificar factores de riesgo clínicos. No es un problema irresoluble. De hecho, cuando un centro educativo se empeña, puede eliminar, o al menos reducir drásticamente, la violencia de cualquier tipo en las aulas. Tenemos buenos protocolos para hacerlo. 

No se trata de educar a nuestros alumnos en una burbuja, sino de ayudarles a enfrentarse con los problemas

Conocemos los factores de protección y de riesgo. Sabemos que los casos aumentan hasta 3º de la ESO. No se trata de educar a nuestros alumnos en una burbuja, sino de ayudarles a enfrentarse con los problemas. Lo importante es dar a cada caso la importancia que merece, y eso deben determinarlo los profesores, los tutores, los departamentos de orientación y los padres. Hay que eliminar el tópico de que son cosas de adolescentes, que siempre han sucedido, y que sirven para endurecerlos.

Es verdad que han sucedido siempre, pero también es verdad que los efectos pueden ser malos y muy duraderos. Sergio Vila Sanjuan acaba de publicar una obra de teatro (El club de la escalera, Plataforma) donde se cuenta la venganza de una victima de bullying treinta y cinco años después de que los hechos sucedieran. Esta persistencia de los efectos me anima a pedir a los lectores que me envíen información sobre casos que conozcan o que hayan protagonizado.

La prevención del problema debe hacerse con la mayor anticipación posible. En estos hechos intervienen tres tipos de participantes: los acosadores, las víctimas, y los espectadores. A los tres tipos debemos educar para evitar el problema.

El perfil del acosador

Un acosador es una persona que se comporta de una forma que puede satisfacer sus necesidades de emoción, estatus, beneficios materiales o procesos grupales, y no reconoce ni busca satisfacer las necesidades y los derechos de quienes resultan afectados por su comportamiento. En muchos casos se hace por diversión, en grupo. Tienen una preocupante falta de compasión por el dolor ajeno. Eligen a una víctima débil, que no tenga recursos para defenderse, o que tenga algún aspecto que excite su agresividad (como ocurre en los casos de homofobia). El acoso solo dura cuando la víctima no sabe qué hacer, por eso son situaciones tan peligrosas. Cómo sólo se prolongan cuando la víctima es vulnerable, las posibilidades que las víctimas tienen de sobreponerse son muy escasas.

Necesitan ayuda pero, por muchas razones, no la piden. El silencio y el aislamiento son los grandes enemigos de cualquier persona que sufre agresiones domesticas o escolares. Niños y adolescentes no hablan de su problema por diversas razones:

  1. No quieren parecer incapaces o cobardes.
  2. Quieren solucionar sus problemas por su cuenta.
  3. Tienen miedo de que los acosadores descubran que han hablado con algún adulto.
  4. Temen no ser comprendidos.
  5. No quieren que sus padres se preocupen.
  6. Tienen miedo de que los padres tengan una reacción excesiva y empeoren las cosas.
  7. Sienten vergüenza por el hecho de que esto les suceda a ellos, porque creen que la culpa es suya.
  8. Pueden ser incapaces de expresarse, tener poca confianza, sentirse confusos o no tener claro lo que deben hacer.

Las semejanzas con la situación de las mujeres maltratadas son evidentes. 

Reconoces las señales

Precisamente por esta dificultad de expresarse conviene que los profesores y los padres sepan detectar algunos indicios relevantes.

Son señales de alarma:

  1. Cualquier cambio súbito del comportamiento normal.
  2. El rechazo a ir a clase o a participar en las actividades escolares, donde también acuden sus compañeros.
  3. Caída inexplicable de los resultados escolares.
  4. Roturas en la ropa, prendas desgarradas.
  5. Dolores de cabeza, estómago u otras indisposiciones inexplicables.
  6. Interrupciones frecuente del sueño, dormir más horas de lo normal u otros cambios en las pautas del sueño.
  7. Evitar a sus compañeros de edad así como los actos sociales de la escuela, el comedor o el patio.
  8. Súbito desinterés por actividades que antes le gustaban.
  9. Aspecto triste y deprimido.
  10. Negarse a ir o volver sólo desde casa a la escuela.
  11. No querer hablar de lo que pasa en la escuela.
  12. Perder demasiadas cosas, o pedir dinero (puede estar siendo sometido a un chantaje).

El papel de los docentes

Los docentes también deben saber reconocer señales de alarma en los comentarios, en las relaciones que se establecen en el aula, en el comportamiento en el patio de recreo. El Centro debe tener un protocolo claro de actuación en esos casos, porque no conviene improvisar. Funciona bien el método de “la ventana rota”. Un famoso estudio de Wilson y Kelling sostenía que cuando en un edificio abandonado había un cristal roto y no se reponía, con mucha rapidez aparecían rotos todos los cristales. Un daño pequeño que no se repara incita a daños mayores.

El Centro debe tener un protocolo claro de actuación en esos casos, porque no conviene improvisar

El método broken window recomienda corregir las cosas pequeñas, antes de que se hagan mas graves. Si en la escuela se abordan correctamente las mínimas violaciones de los derechos de un alumno, el nivel de estas violaciones no irá a más. Una de los pasos es advertir a los padres de los acosadores, pero hay que tener en cuenta que muchos padres se niegan a aceptar esos comportamientos de sus hijos y otros no se dan por aludidos. 

Una vez más tengo que insistir en que los problemas educativos tienen solución, pero que hace falta saber cuales son, ponerlas en práctica, y conseguir que todas las personas implicadas colaboren. En el afrontamiento del acoso escolar debe intervenir todo el personal de un centro educativo, los padres, los asistentes sociales, los servicios de ayuda o defensa de la infancia.

La importancia de la educación para prevenir

La prevención es lo importante, pero en este terreno, como advertí en el articulo de la semana pasada sobre la “psicología positiva”, no basta con habilidades emocionales. La sentencia a las dos niñas acosadoras de Carla las condena a recibir lecciones de empatía, de control de los impulsos, y de las consecuencias de los actos. El enfoque es muy pobre.

Empatía es un término confuso. Los acosadores entienden muy bien lo que pasa a sus víctimas. Buscan precisamente provocar su reacción emocional, y pueden ser muy hábiles para detectar los puntos débiles. Lo que les falta es compasión, sentirse afectados por el dolor de otra persona. Pero en España este sentimiento se ha desacreditado estúpidamente, considerándolo humillante, cuando en realidad abre el campo de la solidaridad y es el mejor antídoto contra la violencia.

En segundo lugar, los acosadores tienen perfecto control de sus impulsos. No suelen ser personas impulsivas, sino personas que buscan sistemáticamente un tipo de satisfacción destructiva. Y, en tercer lugar, debe comprender las consecuencias, sin duda. Eso significa que conviene sustituir la lógica del castigo (una persona lo impone) por la lógica de las consecuencias (un acto tiene consecuencias desagradables (el castigo) que no está impuesto por nadie, sino provocado por el propio sujeto al actuar).

Lo que necesitan nuestros alumnos es recibir una profunda, razonada, constante educación ética

Pero no basta con estos mecanismos psicológicos. Lo que necesitan nuestros alumnos es recibir una profunda, razonada, constante educación ética.

Lo que estamos viendo en las escuelas no son disfunciones emocionales, sino anestesias morales. Vicente Garrido, psicólogo experto en conductas conflictivas, insiste en sus libros en la necesidad de recuperar la conciencia moral y el sentimiento de culpa…

Fuente:

http://www.elconfidencial.com/alma-corazon-vida/educacion/

martes, 6 de enero de 2015

Carta a los Reyes “MaLos”

 

carta-reyes-magosManuel Rodríguez G.

Aunque hace ya 5 años que escribí el siguiente artículo, donde expresaba mis deseos a esos “Reyes Malos Educativos”; malos de solemnidad, de actitud y aptitud. Reyes francamente con muy mala educación. Desgraciadamente prácticamente todo sigue vigente. Las cosas poco han cambiado desde entonces; de hecho tuve que escribir a “Mamá Noelia” al año siguiente, una vez más, porque ni mucho menos se han portado bien, quienes debieran hacerlo conmigo; mucho menos con esa niña que está en casa (Léase CARTA DE NAVIDAD A "MAMÁ NOELIA"

Para finalizar, recordar a mi padre que, desgraciadamente, instantes después de escribir este texto, me comunicaron falleció. El esfuerzo y lucha constante de un niño adolescente castigado por revanchas y odios represivos a “jugar obligadamente” a una mísera guerra, que con su constante trabajo y amor propio, sacó adelante con mucha honradez y dignidad, junto con Lola, su mujer, a siete vástagos, no tiene nada que ver con vergüenzas ajenas de trepas, sinvergüenzas, palmeros trágalas y demás hierbas de los muchos prostituidos “Señores de la Mala Educación” actual. Pero de “Pepito el viajante” ya hablaré en otra ocasión, puesto que hay temas que no deben ser mezclados jamás, sobre todo cuando hablamos de una vida de honestidad ya acabada contra la de muchas hediondeces actuales y presentes…

Queridos “Reyes Malos”:

Como vengo solicitando desde hace muchos años, os pido unos deseos que estimo los merezco, ya que me he portado bien en general, aunque he de confesar que más de una vez me entraron ganas de mandaros a la “quinta esencia” por lo cruel y despiadado que a veces sois con gente que sólo pretende seguir adelante, que le dejen vivir en paz y sin que le fiscalicen sus nada pretenciosas vidas privadas.
Más de una vez me entraron ganas de abofetearos a más de uno, porque ganas no faltaron, aunque por ética no lo hice, pero creo que habéis sido merecedores de eso y de mucho más. Habéis generado en mí una agresividad latente por el mal uso que habéis hecho de palabras sagradas como LIBERTAD, JUSTICIA, SOLIDARIDAD, DIGNIDAD, APOYO, INTEGRACIÓN, INCLUSIÓN, RESPETO, IGUALDAD DE OPORTUNIDADES… Palabras que habéis violado y habéis llevado al mero papel de sonidos sin fundamento, sin significado real.
Esa agresividad de la que hablaba la vierto aquí, y os las suelto en forma de mensajes que a más de uno, si tuviese la suficiente talla humana y dignidad, os haría temblar, poneros rojos y al menos haceros reflexionar por tanto cinismo, intolerancia y represión.
Sé que os “resbalan” demasiadas cosas, entre ellas estas “mini hostias individualizadas” de sujetos anónimos y desconocidos, “tocapelotas”, según algunos de vosotros.
Sé que con el escudo de cinismo, indecencia y ninguneo que portáis, os sentís seguros y plenos de confianza, ya que además contáis con “pajes” que esconden y anulan toda información veraz y comprometida; la intoxican, la falsean y tergiversan a su antojo. Pura represión sin duda alguna.

Queridos “Reyes Malos” este año, como vengo pidiendo desde hace demasiados años, os pido que seáis decentes de una vez y deis a esa niña que se vio obligada a irse a casa, tras sufrir innumerables muestras de exclusión, aislamiento, vejaciones y en definitiva acoso escolar, una escolarización digna, donde se le integre adecuadamente, donde se le respete y apoye, donde se le ofrezcan esas adaptaciones curriculares que la niña necesita.
Os pido como ya hice en tiempos pasados que se le permita escolarizarse en el curso que le corresponde y que ganó a base de esfuerzos y sacrificios. Os pido que no la tengáis castigada a no haberse podido matricular en el curso que le corresponde por no haber “dado la talla y espabilar, dejándose maltratar” por ciertos niños disruptivos y muchos cómplices escolares infantes y adultos cobardes.

Queridos “Reyes Malos” os pido que mi hija crea, como yo creía en su día, en una sociedad comprometida con valores de solidaridad, inclusión, igualdad, atención a la Diversidad y respeto: mucho respeto, ese que se os olvidó por completo. Os pido, Queridos “Reyes Malos”, decencia, mucha decencia; esa que os falta desde hace muchos años.
Esperamos sus “dádivas”. Mi hija les espera con mucha ilusión.
(A la atención de sus majestades los “Reyes Malos” de la Consejería de Educación de Extremadura y alguna más, incluidos innumerables “pajes” de distintas escalas, relacionados con esas instituciones)

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lunes, 5 de enero de 2015

En memoria de Carla

 

Carla Magniem y madreEn cuatro meses de tareas socioeducativas no se cura la chulería ni el desprecio

por el dolor del otro

Montserrat Magnien en una fotografía con su hija. / Paco Paredes

Elvira Lindo

A las víctimas hay que individualizarlas. Ponerles un rostro, una edad, una familia, un barrio, algunas inquietudes, unos cuantos sueños, una debilidad visible o escondida. Los activistas sociales lo saben desde hace tiempo, tanto como para presentar cualquier campaña que pretenda provocar empatía en el ciudadano con un rostro concreto, un nombre y una edad. Carla, por ejemplo. Una chica de 14 años que estudiaba en un colegio, el Santo Ángel de la Guarda, y con una madre que ahora conocemos, Monserrat. Carla se suicidó arrojándose por un acantilado de su ciudad, Gijón, enferma de desesperación por el acoso y la burla a la que le sometían algunas compañeras de clase. Se mofaban de su físico y de su supuesta condición sexual. Las dos chicas que lideraron las vejaciones a las que la adolescente fue sometida el año antes de que se quitara la vida han sido condenadas a cuatro meses de tareas socioeducativas para mejorar su empatía con el prójimo, en particular, con los seres más débiles. ¿Es suficiente? Si es esa la única medida, no, desde luego que no. En cuatro meses no se cura la chulería ni el desprecio por el dolor del otro. Cuatro meses no son nada si no se exige también a los padres de las autoras del delito que recapaciten sobre los valores que jamás se inculcaron en casa y por la poca atención que prestaron a la personalidad oscura y diabólica que iba haciéndose presente en sus hijas. Cuatro meses pasan volando y son estériles si la dirección del colegio en el que tuvo lugar la pesadilla que llevó a Carla a precipitarse al vacío no asume su culpa y emprende un debate para reflexionar sobre una responsabilidad que también debería recaer en un claustro que ignoró o no dio importancia al padecimiento de una de sus alumnas.

Cosas de niñas. Así se resume en más ocasiones de las que pensamos y sabemos la persecución, la burla, el escarnio que ocurren secretamente en los centros escolares. La mayoría de las veces nadie se entera del padecimiento de un niño o de una adolescente. Los chavales no suelen contar demasiado en casa porque viven el acoso al que están sometidos con culpabilidad y vergüenza. Ese silencio permite que los chulos o las chulas actúen impunemente, divirtiéndose con el sufrimiento de la criatura acorralada; por lo demás, el resto de la clase, por un temor comprensible a ser también estigmatizados, suelen callar o colaborar vagamente. Cada cierto tiempo, el horror del acoso escolar se hace visible en la prensa porque la víctima, viéndose sin capacidad para acabar con su angustia, pone fin a su vida. Es así de crudo: sabemos de la víctima por su suicidio. A Carla le daba terror ir al instituto, pero al temor que le producía el encuentro con sus torturadoras había que añadir uno de nuevo cuño: la angustia que le provocaba el comprobar cómo se burlaban de ella a través de las redes, es decir, como divulgaban en el ciberespacio la mofa para tenerla paralizada en un terror sin escapatoria. Ni en su propio dormitorio estaba a salvo la pobre desdichada de sus torturadores, ya sabemos que las injurias en Internet tienen la peculiaridad de colarse por cualquier resquicio. Esta es una historia más común de lo que parece y no se trata solamente de un delito juvenil ni que sufran en exclusiva los adolescentes. La justicia va más lenta que la tecnología y castigar al que delinque en la red, aunque es posible y cada vez más frecuente, tarda un tiempo que a la víctima se le representa como insoportable. Imagino que el castigo al bullying cibernético, agazapada la identidad del malhechor en el cobarde anonimato, acabará precisando de un mecanismo exprés para ser penalizado, dada la rapidez con que en el medio se difunden las injurias.

La tragedia nos enseña que hay que atajar la crueldad cuando brota: desde la casa, la escuela y la justicia

Parece que en estas fechas hay una voluntad colectiva de concordia, que las rivalidades pierden fuste y nuestras columnas se engalanan con buenos propósitos. Tal vez deba ser así, conviene y es saludable que sea así, que el pensamiento se mantenga en suspenso unos días antes de volver a la carga, a la bronca, a la opinión, a la arena. Pero me ha resultado inevitable, después de ver en el periódico esta semana el rostro de Montserrat Magnien, la madre de Carla, pensar que para ella no habrá Nochevieja ni Año Nuevo, que desde el 11 de abril de 2013 el tiempo avanza en una densidad amorfa, sin conceder tregua alguna ni consuelo, empecinada como está su mente en un solo propósito: que se haga justicia. Y he querido que el primer artículo de este año que acabamos de inaugurar esté dedicado a ella, a esta madre que sólo va a encontrar razones para vivir litigando a fin de que su caso, el caso de su hija Carla, se convierta en paradigmático, y que su muerte no haya sido en vano, que nos enseñe a atajar la crueldad cuando brota: desde la casa, la escuela, la justicia, que entendamos la necesidad de enseñar a quienes no tienen demasiadas luces, a los resentidos, a los duros de corazón a sufrir con el dolor ajeno. Y si es que la naturaleza no les ha dado la capacidad de comprender el sufrimiento del prójimo que sea la justicia quien ponga freno a su tara. Quería que mi artículo tuviera un rostro, el de Montserrat, y enviarle desde aquí un abrazo para que no se sienta, como seguro que se sentirá, tan sola.

Fuente:

http://elpais.com/elpais/opinion.html

 

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viernes, 2 de enero de 2015

“Llamarlo ‘bullying’ es querer ocultarlo: es acoso escolar”

 

bitacora acoso 002Es lo que opina Carmen, madre de una hija que sufrió este tipo de violencia. Hablamos también con Gemma Lienas, escritora de dos libros acerca del ciberacoso

El Juzgado de Menores de Oviedo ha condenado a dos adolescentes como autoras de un delito contra la integridad moral a Carla, la adolescente de 14 años que se suicidó en Gijón en abril de 2013 víctima del acoso escolar. Las adolescentes condenadas, que eran compañeras de colegio de Carla, han firmado el reconocimiento de los hechos y deberán realizar las tareas socioeducativas dispuestas por el juez.

Hablamos con Gemma Lienas, escritora. Es autora de dos libros juveniles que abordan el tema de la violencia escolar. El último, publicado hace dos meses, es se titula El rastro brillante del caracol y trata sobre el acoso escolar cibernético a un chico con síndrome de Asperger. Con nosotros está también Carmen, madre de una hija que ha sufrido acoso escolar.

Fuente: http://cadenaser.com/