Hace unos días me entrevistaron para hablar sobre el acoso escolar, concretamente en España Directo de RNE1,
http://www.rtve.es/radio/20120517/527818.shtml
Tras el programa hubo una serie de comentarios en facebook, a favor de las víctimas y, cómo no, otros en contra de los familiares de éstas, por algún personaje relacionado con el Sistema educativo. Aunque la típica hipótesis político policial goebbeliana, rancia, rumorológica, sibilina, polucionante y repetida sistemática e insistentemente por personajes ligados a Inspección y sumisos, nos dolió a más de uno, he de quedarme, sin duda alguna con el comentario humano y herido de quien probó el sabor agrio y muy amargo del acoso y discriminación en su persona. Os quedo con él. Sin desperdicio, sin duda alguna. Un fuerte abrazo, María, seguimos mostrando realidades míseras pero muy reales…
Por cierto, este jueves próximo habrá un programa monotemático sobre el bulling o acoso escolar desde ese espacio radiofónico.
Mª Ángeles Sierra Hoyos
Yo fui, no físicamente pero sí psicológicamente una niña acosada en mi colegio. Algo de lo que mis padres nunca se enteraron, ni siquiera a fecha... de hoy lo saben. Hoy tengo 49 años, los tiempos han cambiado y con ello las apariencias, pero todo sigue igual. El centro escolar religioso, en el que me encontraba era en sí mismo la razón principal de que yo sufriera ese acoso, por la sencilla razón de que era “diferente”:
1.- Tenía una poliomielitis que ya me hacía diferente al resto de las niñas.
2.- Era hija de pobres sin renombre en un colegio niñas de familias renombradas y ricas.
3.- Se me admitió por la fuerza y como “enchufada”, tras una sucesiva serie de intentos de escolarización infructuosos en los que ningún colegio quería aceptarme.
Antes de mi entrada en el colegio ya que no entré el mismo día que todas debido a estas dificultades, las señoras monjas y porque así me lo contaron buenas compañeras que también las había, aleccionaron bien e hipócritamente bien a mis compañeras ante mi inminente acogida. Aquellas niñas, todas de familias con valores o mejor dicho hipócritas valores, tanto en el entorno escolar, como en el seno de sus familias, entendieron dentro de su particular visión, tras la tendenciosa explicación, lo que quisieron entender. Llegaba una niña “especial” con todos los problemas anteriormente citados, a la que debían acoger, pero en modo alguno proteger, con lo que consciente o inconscientemente, antiprofesional e incluso negligentemente, me estaban colocando frente a ellas, antes de entrar en un plano de inferioridad. Aquello ya supuso, el temor de unas, la indiferencia de otras, el desprecio de unas pocas y el intento de comprensión de las menos numerosas. Entre otras cosas porque a edades tempranas estas cosas ocurren pero ni siquiera mentalmente se plantean o procesan.
Los primeros días no fueron muy malos, como la pasaba a Silvia en los colegios, posiblemente porque todo estaba aún por definirse conforme a las directrices emocionales que marcan queriendo o sin querer los llamados profesionales. Unas directrices que en mi caso, fueron, como me imagino lo ha sido el caso de Silvia, de ahí que me sienta tan afín a su problema y a la denuncia de su padre, devastadoras por parte de las putas monjas. (Permitidme el desahogo, porque a fecha de hoy lo necesito).
Llegué al colegio con unas carencias educativas notabilísimas con 11 años de edad porque el resto de los años me lo había pasado alejada desde mi más tierna infancia de mi familia de hospital en hospital donde sólo pude alcanzar a adquirir como conocimientos los más básicos, hasta el punto de que el hecho de no tener cartilla de escolaridad fue el argumento para encubrir la discriminación en tantos colegios de la que evidentemente había sido objeto. Sin embargo, era espabilada y aprendía rápido. Aquí me tenéis ;-))) No obstante aquellas monjas, lejos de valorar mis esfuerzos y fortalecer mi autoestima, me exigían mucho más y me consentían mucho menos. Algo que para algunas crueles niñas, se acabó convirtiendo en un reflejo.
Ahí empezaron las burlas, las mofas, las bromas pesadas, los dolorosos cuchicheos, los recreos solitarios, mis miedos, mis pesadillas, mis llantos silenciosos, mis deseos de caer enferma para no tener que soportar la mierda del colegio. Podría contaros cientos de anécdotas aparentemente sin importancia, que la tenían y mucho porque cada una de ellas tanto por parte de las profesoras como por parte de algunas compañeras y en definitiva por casi todas ya que a todas las unía el consentimiento y el silencio, me fueron sumiendo en un terrible pozo negro.
Ha pasado el tiempo. He reflexionado, he analizado, he superado, pero os puedo asegurar que aun así pervive el poso dentro. Hubo días en que quise morirme de rabia, de asco o de desesperación. Otros en que deseaba a quienes tanto daño me estaban haciendo el peor de los males ajenos y todo lo viví desde mi silencio porque en esa época entendía o creía entender que implicar a mi familia en esto hubiese complicado aún más la situación. Y estaba en lo cierto porque pasados tantos años de estos y supuestas tantas evoluciones al respecto, resulta que hoy cuando estos padres se implican lo seguro para que perviva la situación, es echarles la culpa de ello.
Disculpad la extensión pero me salió del alma. Estoy con Silvia, con Manuel, y con todos los niños y padres que hoy son víctimas, porque sé de lo que hablan.
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