Manuel Rodríguez G.
Parece mentira que publicaciones como la siguiente, viniendo de la prestigiosa revista “pediatrics” no sean merecedoras de ser tenidas en cuenta por demasiados “profesionales” de la sanidad: pediatras, neuropediatras, psicólogos clínicos, psiquiatras… Y afirmo esto porque han sido demasiados los pseudoexpertos que habiendo sido informados y siendo conscientes del maltrato hacia su paciente – una niña en su momento, hoy adolescente exiliada de los colegios presenciales– en modo alguno se implicaran para erradicar el minante y sistemático maltrato de, insisto, su paciente. Lejos de comprometerse ética y humanamente con el código deontológico hipocrático al que se deben, ninguno de ellos rompió la cadena del silencio cobarde. La mayoría ninguneó el cáncer psicológico que sufría la víctima (y paciente, insisto). Algunos se basaron en que colegios, incluso de corte religioso, pudieran permitir estos viles actos; cuando no esgrimir el argumento zafio de que “había que espabilar” e incluso sería recomendable suministrar fármacos para una supuesta “distorsionada realidad” de la pequeña en su entorno escolar. En modo alguno se quiso plasmar en los informes solicitados, la maldita realidad: ACOSO ESCOLAR”, pues era poco recomendable tachar con esa cruda afirmación el Síndrome de Negación institucional, iniciado a nivel local y expandido cual vergonzosa mancha de fascismo institucionalizado a entornos no ya sólo local, sino regional e incluso nacional, como así quedó plasmado en las nulas respuestas de todo el arco parlamentario ante el auxilio solicitado,
Más grave aún fue la respuesta de parte de esos “falsos expertos” donde habría que destacar el distorsionado y polucionado informe psicológico de algún que otro test: “El test de Pata Negra”, donde el objetivo era buscar la supuesta culpabilidad de la familia de la víctima, como ya ocurriese con otros tests y pruebas realizadas sin consentimiento (y por tanto ilegales) a nivel escolar; y no, como se les solicitó, valorar y constatar el proceso de bullying al que la niña había estado y seguía sufriendo.
Lamentable la actitud de ciertos pediatras locales que, ante la evidencia, no tuvieron tapujos para ocultar ese acoso escolar consentido: Una por quitarse de enmedio, al sentirse presionada por terceros implicados, como así llegó a manifestarme; otro lamentable y mísero por negar los hechos, desentenderse del problema y ser partícipe con su desidia voluntaria de que incluso una harpía asistenta social se negase a escuchar a la víctima, mi hija por cierto.
Como dice el título de la siguiente publicación: “El ‘bullying’ tiene un impacto severo a largo plazo en la salud general”, sólo que ese impacto severo no sólo se debe a los agresores directos, sino además a los demasiados agresores pasivos, que con su silencio, complicidad o cobardía se desentienden de auxiliar y apoyar a la víctima.
El ‘bullying’ tiene un impacto severo a largo plazo en la salud general
Los niños que han sido víctimas de maltrato físico o psicológico en el ámbito escolar, lo que se conoce como ‘bullying’, pueden arrastrar las consecuencias de dicho acoso durante años, un efecto acumulativo que puede llegar a condicionar su calidad de vida en la adolescencia.
Así lo indican científicos del Hospital Infantil de Boston, en Estados Unidos en un estudio que se publica en la revista ‘Pediatrics’, en el que se han analizado las consecuencias a largo plazo de padecer este tipo de maltrato, lo que según los autores obliga a hacer un seguimiento más riguroso de estos jóvenes a fin de poder evitar que el acoso sufrido tenga más repercusiones.
Hasta ahora, los investigadores que han estudiado el acoso infantil han analizado sus efectos inmediatos, justo cuando sufren estos acosos, comprobando como solían provocar un deterioro de su salud física y mental. Sin embargo, había pocos estudios sobre el efecto a largo plazo de dicho maltrato.
Laura Bogart, autora del estudio y su equipo encuestaron a un total de 4.297 estudiantes de quinto, séptimo y décimo curso (de 10 a 16 años) de los estados de Alabama, California y Texas, y vieron que un tercio de los encuestados sufrían actualmente algún episodio de ‘bullying’ durante el curso o lo habían padecido anteriormente. Además, les sometieron a dos pruebas para medir sus habilidades físicas y mentales.
Observaron que quienes lo habían sufrido en algún momento de su infancia o adolescencia obtuvieron mejores puntuaciones en sendas pruebas que quienes actualmente eran víctimas de algún acoso, pero que los adolescentes que lo sufrieron en edad escolar también tenían peores resultados cuando se les comparaban con quienes nunca habían sufrido este problema.
En concreto, vieron que aproximadamente el 7 por ciento de los estudiantes de décimo curso que nunca habían sufrido ningún tipo de acoso obtuvieron una puntuación baja en las pruebas de salud mental, frente al 12 por ciento que habían sufrido acoso, el 31 por ciento que lo padecían en la actualidad y casi el 45 por ciento de aquellos que habían sido agredidos de forma persistente.
Asimismo, alrededor del 8 por ciento de los estudiantes de décimo curso que nunca fueron acosados tenía una mala salud física, en comparación con el 12 por ciento de los que fueron acosados en el pasado, el 26 por ciento de los que la padecían en la actualidad y el 22 por ciento de los que las sufrían continuamente.
La mala salud mental incluye rasgos tales como estar triste, asustado y enfadado, según ha reconocido Bogart, mientras que una mala salud física incluía limitaciones tales como no ser capaz de caminar mucho o tener problemas para levantar peso.
“Las consecuencias del ‘bullying’ no siempre se pueden ver”, según esta experta, de ahí que defienda la necesidad de un diagnóstico precoz de estos problemas y anime a los padres a prestar especial atención a sus hijos para ver si pueden estar sufriendo algún tipo de acoso, sobre todo si están dentro de uno de los llamados como grupos de riesgo.
Fuente:
http://www.psiquiatria.com/, a través de http://pediatrics.aappublications.org/content/early/2014/02/11/peds.2013-3510.full.pdf+html
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