Por Mª Ángeles Sierra.
Pertenezco a otros tiempos, pero las terribles conductas humanas, parece ser que están decididas a persistir por mucho que los tiempos cambien.
M.L.M hoy es abogada. No hace demasiado tiempo y por casualidad, paseando descubrí donde tiene su bufete, al detenerme a mirar una de esas placas que se ponen en los edificios y que por su vistosidad llamó mi atención. Al reconocer su nombre y apellidos, 35 años después, instantáneamente mi cuerpo se estremeció y una sensación de ansiedad y malestar indescriptible se apoderó de mi. Pude recordar su rostro, sus gestos, sus burlas, sus despiadadas burlas, por ser yo quien era y como era. Instantáneamente vino a mi memoria el primer día en que aprovechando que se sentaba tras de mí y que mi cabás colgaba sobre mi silla, justo delante de ella, aprovechó para abrir el departamento en que guardaba el ocho para comer en el recreo, -en el que solo a mi me era negado salir del aula-, que todos los días mi madre solía comprarme y se lo devoraba en presencia de las demás compañeras que se lo reían y de aquella monja y tutora clasista y discriminadora que se comportaba con cada una de nosotras en función de cómo te apellidaras y del status social y económico que ostentabas, que lo presenciaba impasible como si nada estuviera pasando, quizás recreándose en presenciar la impotencia y el desgarro interior que yo por dentro sentía por ser víctima con su consentimiento de semejante indigna injusticia.
Este fue uno de los muchos episodios de discriminación y bullyng que a mi me tocó vivir en mis tiempos y que dejaron en mi unos recuerdos y unas cicatrices imborrables. Me daría para mucho explicar tanta vergüenza humana, pero me duele plasmarlo. Cuanto más intentaba arreglarlo, más se empeoraba la situación, lo que me llevó a tener que curtirme en silencio y a navajazos.
Hasta me trató Manolo, -el psicólogo de aquel clasista y abominable colegio, en el que me admitieron bajo presión-, porque mi nivel no ascendía y la razón de mi situación de aislamiento dentro del entorno escolar el muy pelota y estómago agradecido entendía que era única y exclusivamente responsabilidad mía por imperativo institucional.
Llegó a comunicarme con 12 años aquel psicólogo de pacotilla, que era una niña apática, arisca, desmotivada, incorrecta y mal educada por lo que me había citado y hasta llegó a decirme tras una absurda entrevista en que me provocó todo tipo de vomitivas sensaciones menos confianza:
- ¿Y qué trabajo te cuesta de vez en cuando echar una sonrisita? Me ha dicho tu tutora que eres una niña demasiado arisca.
A lo que le respondí provocando en él un gesto de mal humor, con el que ya me despediría:
- ¿Para qué, si sería fingida?
Nunca entendió, -o tal vez porque consintió- la profundidad que encerraba la simplicidad de mi respuesta, que no era más que un grito en el silencio y desde la desconfianza de una niña muy herida.
Aquellos episodios había que vivirlos y superarlos desde el silencio y la soledad, forzando siempre el llanto hacia adentro y asimilándolos como crueles actos anecdóticos que sin más se habían cruzado en tu vida y que lejos de ser denunciados tenían que ser superados para que al menos nada ni nadie más te acusará de la sin razón de ser provocadora y por tanto culpable de la secuencia de agresiones verbales y psicológica que por ser diferente de la media te estaba tocando sufrir.
Hoy por el contrario, nuestro sistema educativo parece haber articulado una serie de garantías politicas, representativas, ejecutivas y programáticas que a mis 11 o 12 años no existían. Tal vez muchas M.L.M han sido conscientes de sus atrocidades infantiles, contra las que posiblemente hayan hasta luchado para preservar de su feroz garra a sus propios hijos. Muchos “Manolos” han cambiado el método de actuación psicológica, preponderando el premio más que el castigo, muchos docentes, responsables políticos y administrativos han comprendido que aquel consentimiento en la acusación y la permisividad de la agresión entre humanos no era lo correcto.
Sin embargo el acoso sigue existiendo, como sigue existiendo la acusación, el desprecio, la ocultación, el ninguneo y el aislamiento a sus víctimas. Quizás todas esas medidas solo sirvan para algunos casos, lo de los suyos, igual que antes, los allegados.
Prueba de ello y no encuentro una situación hoy por hoy sentida a mi alrededor, más cruel, sibilina, canallesca, despectiva e incluso maquiavélica que la que se está produciendo y consintiendo por parte de la Junta de Extremadura, con Silvia. en el eterno espacio que puede suponer para una niña de 11 años, ser víctima 5 años de concatenado sufrimiento,
Quien sabe si el hoy GFV (Responsable Primero de la Junta de Extremadura) y toda su descendiente jerarquía, no fueron en su niñez posiblemente jesuitina uno más como MLM, hoy abogada en ejercicio, o como cualquiera de aquellas silenciosas y consentidoras niñas que seguro llegaron a “algo”, parientes de algún “Manolo” de barriga agradecida.
Por mucha bazofia propagandística que quieran vendernos, antes como ahora, en tanto en cuanto no se desenmascare, neutralice y erradique a los culpables y responsables de tan salvajes tropelías, cualquiera puede ser Silvia, que es sinónimo de víctima.
Fuente:
http://vagabundotraslalibertad.blogspot.com/2010/04/cualquiera-puede-ser-silvia-que-es.html
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