Ignoran señales de “Bullying”
Un profesor de aula que conoce bien a su grupo puede detectar el “bullying” en cualquier forma, pues es capaz de reconocer momentos de violencia entre sus alumnos.
El ratón salió de la mochila en medio de la clase de matemáticas. Todos sabían que entre los libros y el lunch de Laura había un roedor, menos ella; ese día se burlaron hasta las niñas que consideraba sus amigas, no lloró, se aguantó las risas burlonas y las tres horas que faltaban para salir de la secundaria, cuando llegó a casa se desahogó toda la tarde.
Nunca había llorado tanto en sus 13 años de vida, ni siquiera cuando le escondieron su tarea o cundo le escribieron “zorra” en su muro de Facebook.
Sus papás fueron a la secundaria y reportaron lo sucedido a la directora, quien sólo llamó la atención al grupo, para los adultos el tema terminó ahí, para Laura fue el principio de su soledad.
“Nadie me habla, sólo el grupo de las matadas”, dice. La molesta el grupo de las populares, el de los fresas, el de los “piercings”, el de los grafiteros y hasta los profesores con su indiferencia.
Las relaciones en los salones de clases son así, con grupos de poder que ejercen violencia en contra de otros compañeros.
El de Laura no es un caso aislado, según los reportes del diplomado “Escuela y Juventud”, impartido por la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) a 500 profesores de diferentes secundarias públicas del DF, el bullying sucede muchas veces porque los profesores minimizan el acoso estudiantil si no hay golpes de por medio.
Luz María Guillén, Leticia Pogliagh y Janet Trejo Quintana son investigadoras del Instituto de Investigaciones Sociales de la UNAM y tienen a su cargo el diplomado “Escuela y juventud” que tiene como objetivo sensibilizar a los profesores de nivel secundaria para que mejoren su comunicación dentro de la aulas.
De lo que se han dado cuenta, después de estudiar los reportes de 500 profesores, es que no distinguen las agresiones entre sus alumnos: ven zapes, empujones o golpes, además del acoso sexual, y los dejan pasar todos los días.
También, comentan, los profesores, según su corriente pedagógica, ejercen un papel de autoridad y tienen la falsa idea de que un buen profesor es el que logra mantener a un grupo en silencio.
Las investigadoras cuentan a EL UNIVERSAL que el objetivo es lograr que los profesores sean capaces de reconocer los grupos en los que se divide su salón de clases, que conozcan sus historias personales, familiares, sus gustos y problemas.
Que acepten cambiar sus estrategias pedagógicas en favor de la educación y que sepan que los adolescentes que ellos ven como “jóvenes problema” tienen sus propias historias de vida.
Experiencias variadas Luz María Guillen es parte del diplomado “Escuela y Juventud” y dice que un profesor de aula que conoce bien a su grupo puede detectar el “bullying” en cualquier forma, pues es capaz de reconocer momentos de violencia entre sus alumnos y no creer ante un caso evidente de acoso escolar que sólo se trata de chicos que “se llevan pesado”, además si conoce las necesidades de sus estudiantes puede adaptar nuevas técnicas pedagógicas menos piramidal es y más horizontales entre alumno y maestro.
Explica que los 500 profesores que cursaron su diplomado tuvieron que trabajar primero con la percepción que tienen sobre sus alumnos, después, hacer conciencia de los grupos de poder al interior del salón de clases y, por último, construir y redefinir la relación con sus alumnos.
Janet Trejo asegura que las experiencias han sido muy variadas, desde maestros que comparan a los alumnos con chimpancés hasta otros que los quieren cuidar como si fueran sus propios hijos.
“De un extremo a otro hay una gama amplia de formas de impartir clases y clasificarlos es difícil, sin embargo hay diferencias en técnicas pedagógicas, los que estudiaron en la escuela Normal tienen muchas herramientas pedagógicas, pero están construidas a través de una relación piramidal, ellos son quienes ponen el orden, son la autoridad y consideran que un buen profesor es quien mantiene al grupo callado, los que son universitarios y tienen carreras como química, matemáticas, historia y que dan clases, están más abiertos a experimentar nuevos métodos pedagógicos, a buscar otras formas de llegarle a los estudiantes, a tener una relación más horizontal, muchos de éstos profesores dejan una inquietud en sus alumnos por estudiar química , biología o la carrera que tenga el profesor”, dice.
Luz María Guillén añade que en términos generales los maestros de secundaria consideran que son buenos si mantienen el control del grupo, así que una de las actividades del diplomado contempla que conozcan a sus alumnos aplicando un cuestionario que los lleva a profundizar en los problemas de los chicos, así descubrimos, junto con los profesores, casos de alumno que ellos consideran latosos, que en realidad son chicos kinestésicos que necesitan aprender en movimiento.
Dice que los alumnos, por definición, están subordinados a una estructura jerárquica donde el maestro juega un papel central de interacción entre las fuerzas al interior del aula y aún al exterior.
Digamos que el profesor y los alumnos conforman el grupo primario y presupongamos que existe una interdependencia funcional entre ellos.
Este es uno de los puntos más importantes en la dinámica de los grupos, ya que aquí se expresan las acciones y las percepciones de los miembros que los integran.
Los profesores, dependiendo de la corriente pedagógica que asuman (autoritaria, constructivista, solidaria, etcétera), juegan un rol diferente dentro del aula y perciben a sus alumnos de diferente manera, baste como ejemplo la mención de dos corrientes.
En primer término, la conductista que ve al alumno como “sujeto activo y su nivel de actividad se ve fuertemente restringida, condicionada, por las características prefijadas del programa”, y donde el maestro es un ingeniero educacional y un administrador de contingencias referidos al reforzamiento positivo.
Las consecuencias de esta mirada pueden acarrear el preconcepto de que como alumno lo único a lo que viene a la escuela es a aprender y, por lo tanto, se tiene que someter.
Por su parte, la doctora en piscología Leticia Pogliaghi dice que a lo largo del diplomado los profesores van cambiando, incorporando una percepción más aguda hacia sus estudiantes sin verles con prejuicios, es importante que sepan con quiénes están hablando, saber cuál de sus alumnos es visual y necesita aprender a través de imágenes, cuál auditivo y recibe los conocimientos por lo que escucha y cual es kinestésico y necesita estar en movimiento.
“Les pusimos ejercicios para que se dieran cuenta de lo que comunicaba su cuerpo cuando impartían la misma clase al grupo que consideraban problema y al que consideraban tranquilo y que le pidieran a uno de sus alumnos que grabara la clase”.
La sorpresa de los profesores es que su actitud y comunicación corporal cambia cuando se enfrentan al grupo “problema” pues su rostro se ve enojado, los profesores no pueden creer que sus alumnos los miren así y comienzan a entender que ellos también son parte de la solución”, dice Pogliaghi.
Por su parte, Luz María Guillen dice que una vez que un profesor se interesa por conocerlos se da cuenta que sus alumnos no son sólo estudiantes problema y que al entrar por la puerta no dejan colgada su condición juvenil, su historia familiar, sus gustos, sus deficiencias y sus habilidades; olvidando que en la actualidad las diferentes expresiones de lo juvenil atraviesan la escuela de manera directa.
Ejemplo de ello, los medios electrónicos, los grupos de pares, las propias experiencias de los jóvenes, todo lo cual hace a estos nuevos miembros de la comunidad seres más capaces de enfrentar los procesos acelerados de cambio, donde el conocimiento ya no está dominado por la institución escolar.
“Si logramos que al menos uno de ellos cambie la percepción de su grupo y se involucre seremos parte de un crecimiento importante en materia de comunicación maestro-alumno, no se puede en todos los casos, pero es la única forma de hacer más llevadera la vida en el aula”, dice.
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