Desgraciadamente, como expresa el Sr. Resa, en el siguiente artículo, habrá que seguir denunciando y difundiendo hechos como estos, dado que flaco favor se hace a las víctimas cuando se oculta este terrorismo escolar mediante el ninguneo, mirar hacia otro lado, la negación sistemática, incluso traslación hacia problemas familiares, complicidad y, por ende, cobardía. Esta polución y ocultación de este grave cinismo social sólo sirve de trampolín a los disruptores, a los acosadores, que se sienten más fuertes y afianzados en su dominación bruta. Mientras tanto, la sociedad con esa actitud pasiva nos muestra el reflejo de que se está actuando negligentemente y con mucho cinismo vergonzoso hacia las víctimas a las que les quedarán secuelas imborrables.
11.07.10
EL TRAGALUZ | ÁNGEL RESA
La sentencia judicial conocida esta semana sanciona a un colegio de Vitoria, pero seguramente podría extrapolarse a muchos otros centros educativos porque -y resulta triste escribirlo- el acoso escolar es el vinagre nuestro de cada día. Por supuesto que se gradúa en distintos matices, desde la burla hiriente hasta la agresión física, aunque el sustrato siempre alimenta el menoscabo de la víctima. Los tiempos han cambiado, sí. Antes imperaba la presunción de culpa al llegar a casa, la famosa sentencia 'algo habrás hecho'. Los padres, ahora, andamos pendientes de la integridad filial en todos los sentidos, quizá hasta traspasar la raya que delimita la prudencia. Pero da la impresión de que en casos como estos es mejor pasarse que quedarse cortos.
Habrá gente que reduzca ciertos síntomas del 'bullying' a 'cosas de chicos', a esos malos rollos que integran la memoria de nuestra infancia. Pero minusvalorar el asedio permanente, lejos de arreglar el problema, lo barniza con una capa de naturalidad perversa. En cada episodio de este tipo siempre debería prevalecer el interés del acosado, habría que colocar el foco de la empatía en ese chico o esa chica para quienes acudir cada mañana a clase representa la ascensión cotidiana del Gólgota. Incluso después de resuelto el problema quedan cicatrices en el alma, los puntos de sutura se establecen para siempre en las vísceras.
La víctima suele ocultar los agravios hasta que una noche se desmorona y los padres se precipitan con ella en ese alud de tristeza. ¡Qué duro resulta asistir a semejante muestra de autoestima gastada en cada mordisco! La ley del silencio no sólo atrapa al damnificado por miedo a las represalias y a los espectadores para evitarse líos. También encoge a los centros que temen las consecuencias de una publicidad negativa. Pero los problemas no se resuelven por dejar de encararlos. Mirar para otro lado o silbar al viento evitan al colegio, la ikastola o el instituto la visión directa del oprobio, pero el mal continúa ahí. Se llenan demasiadas bocas con la educación en valores para reducir luego la enseñanza a un boletín de calificaciones académicas.
Los centros educativos pueden plantear la apertura de un expediente por parte de Educación. Protocolo diabólico para el niño o la niña afectados, quienes claman por evitar una puerta que entienden directa al infierno. Tendrían que declarar ellos, sus agresores y las familias de ambos entre otros agentes implicados. Un sindiós. ¡Cuántas trabas para la víctima que se siente desprotegida mientras los agresores prosiguen su táctica del desgaste! Quizá artículos como éste no sirvan, pero al autor le parece un acto de justicia tirar de palabra desarmada para que tratemos de comprender a ese chaval resignado a subir el Calvario cada día. Hasta que no exista razón para escribir sobre ello.
Fuente:
http://vagabundotraslalibertad.blogspot.com/2010/07/acoso-escolar.html
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