Acoso escolar e institucional (Pincha en la imagen)

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ACOSO ESCOLAR E INSTITUCIONAL (Pincha en la imagen)

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lunes, 30 de junio de 2014

Acoso escolar: La soledad del guerrero (En solidaridad con una madre)

 

Manuel Rodríguez G.

el gritoHace unos días me llegó el mensaje de una madre, donde, grosso modo, me expresaba el calvario que vive, gracias a las secuelas (supongo de por vida) que su hijo padece debido al acoso escolar que ha sufrido y sufre en un instituto. Me contaba cómo, a consecuencia de ese bullying, su hijo volcaba su frustración y desesperación, en forma de actitud agresiva contra ella. Agresividad latente y acumulativa que desgraciadamente es una constante de cualquier víctima de acoso. Agresividad que nace, crece y se desarrolla como consecuencia de la dejadez, injusticia, insolidaridad y síndrome de negación de quienes deberían aportar respuestas, administrar justicia, apoyar a la víctima y motivar y arropar a quien ha sido maltratado. Agresividad malamente encauzada con el mensaje erróneo que su hijo interpretaba, como única solución a su minada autoestima y desesperación y que la madre, otra víctima más de ese cáncer psicológico, me expresaba.

Al final, como agria constante dañina, la soledad, tristeza, desamparo y desesperación total de esa madre hace mella en ella, que impotente se ahoga en una cruzada junto a su hijo, sólo que asume como única guerrera no sólo esa batalla contra este terrorismo psicosocial, sino además el castigo de tener que soportar los amargos frutos que su hijo, víctima escolar, vomita involuntariamente contra ella…

“… se ha puesto violento y agresivo conmigo porque soy la persona que más quiere y la mas débil”.

“…ha sido víctima de BULLING, ha aprendido a que el más débil pierde y sólo sabe comunicarse con agresividad. He luchado como una loca pero se encerró en si mismo y soltaba en casa toda la mierda que tragaba en el Instituto. He estado sola en esta lucha y ya no he podido más. Ahora estoy sufriendo por el sentimiento de culpa. Estoy pasando mi dolor volcandome en el pequeño. Los siquiatras sólo dan pastillas…”

“…Pero el pobre ha sufrido en silencio, ha reventado y me ha hundido a mi, mi salud va deteriorándose, voy a pedir ayuda para mi…”

“…Aquí han ido viendo como me hundía y pedía ayuda…”

Estimada A: Siento mucho lo que estás pasando y veo, por lo que cuentas, cómo se reproducen las secuelas de las vivencias de tu hijo. Agresividad latente, tras verse incomprendido, no apoyado y sentenciado a ser carne de cañón porque unos malnacidos decidieron acosarle y derribar su autoestima. Por desgracia esa agresividad a menudo se escupe a horcajadas con quienes sienten PRÓXIMOS en una desigual ley de acción y reacción. Vierten el veneno que han sido obligados a tragar y lo trasladan equivocadamente a la gente CERCANA, que como ellos viven con la sensación de un vacío y una injusticia sin igual. Incapaces de defender su baja autoestima con esos depredadores que lo minaron psicológicamente, incluso con aquellos que siendo testigos mudos nada hicieron, agreden a VERDADEROS familiares con respuestas llenas de actitudes agresivas y radicales, no siendo conscientes que estos mismos CERCANOS también comparten tristeza y no pocas veces incomprensión de los demás.

Son víctimas que canalizan torpemente esa frustración. Frustración debida a la falta de respuestas del por qué les tocó a ellos. Frustración construida con una elevada dosis de aislamiento social y falta total de pertenencia a grupo alguno, tan básico en esta compleja edad. Frustración en definitiva que da lugar a una terrible sensación de inseguridad propiciada por el entorno escolar que los exilia al mayor de los flagelos: la incomprensión, apatía y exclusión socio-emocional. Con esos parámetros prácticamente son incapaces de poder ver que esos PRÓXIMOS son seguramente su salvavidas y únicos ALIADOS; no hablo de allegados o personas físicamente cercanas; ni siquiera de quienes demasiadas veces se hacen llamar familiares de sangre, aunque a veces son extraños emocionales e incluso caducos empáticos con la víctima, cuando no burdos críticos de su situación.

Lamentablemente a veces, ese dolor y soledad acumulados maceran sin parar y un mal día esos presos de tanta injusticia social, castigados al ostracismo de la incomprensión y desidia general, deciden tomarse la justicia por su cuenta, sólo que esa “justicia” sembrada de odio y demasiado dolor, puede dar como resultado algún suceso lamentable, gracias a unos efectos secundarios de un virus oculto por toda una sociedad cínica, cobarde y nada empática, que en modo alguno intervino, previó ni se solidarizó con la víctima y su polucionado entorno socio-escolar. Son las consecuencias de un terrorismo psicológico, consentido por demasiados actores y testigos mudos y, lo peor, disfrazado no pocas veces por demasiadas instituciones, nada garantes …

Todo mi apoyo desde aquí, estimada A. Va para ti Sonrisa

 

sábado, 28 de junio de 2014

¿Dónde estaba Dios cuando asesinaron a Oswaldo?

 

oswaldo2Familiares del niño Oswaldo Joaquín Correa Romero de 11 años, muerto a causa del bullying en una escuela del Estado de México, crearon una página de Facebook para difundir que su hijo fue asesinado por sus compañeros y no sufrió un paro cardiaco —como asentaron las autoridades escolares y el gobierno de Eruviel Ávila.

La página tiene miles de seguidores conscientes de la problemática del acoso escolar, que emerge con violencia mortal en las escuelas, como demuestra el caso de Oswaldo y su propósito es que las autoridades involucradas asuman su responsabilidad y enfrenten las consecuencias sin mentir o tergiversar la realidad para protegerse.

Para conocer más detalles de este caso visita la página:

¿Donde estaba Dios cuando asesinaron a nuestro pequeño Oswaldo?

Fuente:

http://www.diarioavanzada.com.mx/index.php/foto-notas/7086-donde-estaba-dios-cuando-asesinaron-a-oswaldo

 

Asimismo se están recogiendo firmas en la página

 http://chn.ge/1ljAn8K 

POR FAVOR, FIRMA Y DIVULGA

miércoles, 25 de junio de 2014

Bullying en primera persona

 

EN RECUERDO Y HOMENAJE DE NAIRA COFRECES

 

OMAR BELLO - Fui víctima de bullying durante años. Escribí esta nota para la revista NOTICIAS (también en el diario LA VERDAD). Va como homenaje a Naira y todos los que sufrieron este drama.

 

Omar Bello

Días pasados casi me mato con el auto. Salvé la vida de milagro. “¿Cómo se relaciona esto con el bullying?”, se preguntarán ustedes. Seguro que en nada, pero la cercanía de la muerte y el caso de Adrián Molaro, el jóven de 24 años que asesinó a su compañero Alexis Céparo después de dos décadas de acoso, me hicieron pensar algo: sólo quienes vivimos una experiencia así podemos entender qué significa ser un niño esclavo, cómo afecta, y la cantidad de pavadas que se escuchan; entre ellas pedirle a los chicos que busquen ayuda. Si no hablamos nosotros toman la palabra un montón de eruditos que aprenden en los libros.
La cosa empeoró con la muerte de una chiquita de 12 años en Florida, quien se suicidó empujada por quien se suponía era su mejor amiga.
En mi caso particular fui esclavo (y hay que ponerlo así, sin paréntesis) desde los 9 hasta los 13 años. José Luis García se llamaba el acosador en cuestión quien, poco a poco, tomó mi existencia como si se tratara de un vampiro. El dominio que logran estos personajes es tal que, lo último que quiere el niño afectado es llevarlo a otros espacios. Su casa, por ejemplo. García no sólo convertía mis días de colegio en un infierno sino que había detectado algo: lo último que yo quería era a mis padres formando parte del asunto. Para que tengan una idea de qué nivel de psicopatía estamos hablando, solía acompañarme con una tiza en la mano diciendo “Voy a escribir en el frente de tu casa todo lo que se dice de vos en el colegio”. Y lo que se decía de mi iba desde gordo inútil (no me gustaba el fútbol) hasta maricón. Además, y esto es muy importante, yo estaba convencido de que José Luis tenía razón en casi todo; es decir, no me sentía víctima de nada sino alguien descubierto en mi interioridad por un ser “superior”.

Puedo recordar con exactitud el día que todo empezó. Estábamos en la fila y me preguntó “Sabés lo que es c…”. Hoy puede parecer ridículo pero entonces no tenía la menor idea de qué estaba hablando. El único atisbo de ayuda que puedo registrar es haberle preguntado a mi madre sobre esa palabra. “Coser, como coser un vestido”, respondió ella. Ambos sabíamos que el asunto no pasaba por ahí aunque me alcanzó para entender que de “eso” no debía hablarse en cuarto grado. Al otro día me tocó la cola en el recreo. Le pegué una trompada y la maestra me llevó “detenido” a la dirección, vergüenza que para un alumno aplicado como era yo fue peor que el sometimiento que empezó a desplegarse.
Siempre bajo amenaza de perturbar el único nicho no asfixiante que tenía (mi hogar) José Luis, quien era repetidor y un año mayor que yo, comenzó un proceso que contado puede resultar inocente y por eso los adultos se confunden y lo minimizan, de hecho mi madre lo apreciaba. Primero me obligaba a acompañarlo a las clases de guitarra que él tomaba, yo quedaba ahí solo, esperando que terminara; después inició un ciclo que incluía hacerme visitar su casa todos los días por la tarde, alardeaba de tener un esclavo frente a sus amigos del barrio. Pedía que me escondiera en un pastizal cercano al arroyo y me quedara ahí, rodeado de bichos y gusanos horas enteras. Las ratas me caminaban por las piernas. Claro que lo peor pasaba en el cole. Durante los recreos afianzaba su liderazgo grupal tomándome como objeto de burla. Y acá hay un punto interesante: yo me defendía, peleaba. Sin embargo, cuanto más lo hacía peor era. O sea, la imagen del niño débil que no se enfrenta es un error. Cuando encontraba al resto de mis compañeros solo, cara a cara, me pedían perdón y hasta ofrecían ayuda, aparecía García y todos formaban un solo cuerpo.

En el verano marcaba los días igual que un preso, aterrado con la llegada de marzo. Pensé en matarme, matarlo, y eso que más allá de insultos y tocadas de trasero nunca intentó violarme o nada por el estilo. Sé que en nuestros días las cosas están más bravas. Ni quiero pensar lo que estarán atravesando algunos niños. Mi rendimiento escolar cayó en picada y hasta fui perdiendo la visión. Sólo una maestra, que no era de mi grado, se acercó un día para preguntarme qué estaba pasando. “Nada”, le comenté con terror, y pareció conformarse con la respuesta.
García masacró mi identidad. No era un monstruo, pero la combinación de mis problemas y los de él convirtieron la situación en monstruosa. En la fiesta de fin de curso hizo un pacto con todos los demás compañeros. Cuando yo subiera me gritarían los peores insultos delante de mi familia. Avancé por los escalones del escenario temblando y la noche anterior no puede pegar un ojo. Él me miraba fijo desde abajo aunque no dijo una sola palabra, tenía una media sonrisa que le bastaba para decirme “Me perteneces”.

Fue un lustro espantoso en el que viví girando alrededor de los deseos, caprichos y demandas de ese chico al que, debo admitirlo, hubiera matado con gusto. Sin atravesarlo, nadie sabe lo que significa transformarse en objeto de otro que utiliza la amenaza justo donde psicólogos y padres prometen soluciones. Porque a esa edad estás convencido de que la intervención de los mayores perjudica. ¿Saben qué? Ahora que tengo 50 años todavía sigo dudando si no será así, si la palabra bullying no es ligera para definir un espanto que los colegios creen corregir con charlas.
¿Cómo terminó? “¿A qué secundario vas?”, me preguntó el día que salíamos de séptimo grado. Le mentí pero él ya sabía perfectamente dónde iba. “Te voy a perseguir hasta el fin de tu vida”, me dijo. Y agregó: “Les voy a contar a todos tus nuevos compañeritos todo lo que sé de vos”.

Dado que yo estudiaba industrial y el comercial, apenas nos veíamos en los recreos y de lejos. ¿Mi solución? Esconderme en el vestuario del taller. Un año entero estuve ahí, escondido detrás de bolsos y ropa sucia para evitar verlo a la hora de “recrearse”. Un día salí y no estaba. Por las dudas me oculté otra semana más. Seguía sin estar. Alguien me contó que había dejado el colegio para trabajar con el padre. Fue el comienzo de mi vida adulta, hice amigos, lo pasé bárbaro, eso sí, no sé qué hubiera pasado si en lugar de abandonar él terminaba la secundaria.

Fuente:

http://www.laverdadonline.com/

lunes, 16 de junio de 2014

El acoso escolar daña la salud física y mental a largo plazo

 

ACOSOInvestigaciones previas habían demostrado que quienes sufren bullying en su infancia son propensos a sufrirlo de nuevo en el ámbito laboral, y que este está estrechamente relacionado con la apariencia física. Un nuevo estudio ha confirmado que el acoso escolar tiene secuelas de por vida, al demostrar que el grave impacto sobre la salud del niño no cesa cuando se interrumpe el maltrato, sino que se acrecienta con el paso del tiempo.

La investigación, llevada a cabo por el Hospital de Niños de Boston (EE.UU.), supone un precedente en el análisis de los efectos de la intimidación a largo plazo, al abarcar la experiencia del escolar desde la escuela primaria hasta la escuela secundaria. Según la misma, la ansiedad, fobia, depresión y pérdida de autoestima que experimentan las víctimas de acoso escolar marcan su salud durante los años siguientes.

Para el análisis, los científicos realizaron un seguimiento de 4.297 niños y adolescentes de edades comprendidas entre 10 y 16 años. Les entrevistaron periódicamente y les preguntaron sobre su salud mental y física, y su experiencia respecto a las provocaciones, tanto inocentes como perniciosas, por parte de sus compañeros de clase. Los resultados revelaron que ser objeto de burlas continuas repercute de forma directa en la salud del menor, al incrementar los síntomas de depresión y baja autoestima. Los alumnos sometidos a un acoso crónico durante dichos años mostraban una considerable merma en su salud, con importantes dificultades en la ejecución de actividades físicas como caminar, correr o practicar deporte.

Según los autores, esta evidencia refuerza la importancia de una intervención temprana y continuada contra la violencia física y psicológica a la que muchos niños se enfrentan en sus primeros años académicos, ya que los efectos de la vejación emocional persisten más tiempo del esperado.

Fuente:

http://www.muyinteresante.es/