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martes, 18 de octubre de 2011

Rememorando pesadillas que marcan

 

Manuel Rodríguez G.

Feanor es el nick de un joven cualquiera que, independientemente de gustos, inquietudes y motivaciones es, ante todo una víctima de los terribles recuerdos que sin duda marcan, quedan secuelas y condicionan la visión del ser humano en sí. Independientemente de que haya podido salir airoso, victorioso o simplemente haya sobrevivido a la violencia física y psíquica de determinados mal denominados “compañeros de colegio” el dolor y marcas internas; no la de los duros golpes recibidos en sus carnes, sino los más crueles y dañinos, los psicológicos han debido de ser terribles y minantes.

Desde mi posición de observador espero que esta terapia que Feanor se autoadministra, sea válida para que con sus artículos, relatos de primera mano y experiencias de su paso por las aulas, el dolor se alivie y las secuelas apenas se noten, para que renazca de sus cenizas y sea, como así lo siento, un ciudadano de primera categoría; no de esos que pagan sus impuestos o pasan desapercibidos, sino una persona ejemplar que supo aprender de sus tristes y crueles vivencias de sus verdugos que hay  esencias denominadas  decencia y dignidad y de las que todos debemos aprender.

Un abrazo Feanor, seas quien seas.

Os dejo con el último artículo de este caballero de su blog “Memorias de bullying”

 

Cacería humana

Mire nerviosamente el reloj que llevaba en mi muñeca izquierda. Estaba en la clase de Religión y por una vez no quería que sonara la campana del timbre anunciando el final no solo de la clase sino del día. Pero como digo no quería que eso fuera así, deseaba con todas mis fuerzas que el reloj se detuviese y que no sonara la maldita campana de las narices. Me encontraba nervioso viendo que de un segundo a otro la clase se terminaría. ¿Pero por que estaba tan nervioso y porque no quería salir de clase llegado el momento de volver a casa? La respuesta era que tenía que pasar por la verja de la entrada y no me quería cruzar con lo que me esperaba ahí o mejor dicho con quienes me encontraría ahí. ¿Pero qué había pasado? ¿A caso importa? Pues lo de siempre que me había tocado en suerte un estupendo boleto con derecho a recibir unos golpes y si se prestaba el tiempo pues una paliza gratuita. Tres chavales se habían aburrido al parecer aquel día y se habían decidido a molestarme la cuestión es que no les preste atención pero el profesor de aquella hora sí y como consiguiente un parte para cada uno. Bueno, fin del asunto. ERROR. ¿Fin del asunto? y unas narices. El que la hace la paga, seguramente pensaron al unísono los tres muchachos ya que antes de terminar la clase me dijeron el temible "al terminar el insti te esperamos en la puerta y ni si te ocurra decir nada. Y yo como buen obediente nato que soy no dije a nadie ni mu sobre esta amenaza. Así que durante Religión rezando para que no llegara el fin, el temido sonido del timbre. Pero..... RRRIIIIIINNNNNGGG. Sonó finalmente el timbre. Salí con una congoja comparable de grande con el tamaño de un toro de lidia. Decidí perder tiempo en el aula recogiendo pausadamente mis cosas y después me fui por el camino más largo, ya que creía que el tiempo que había perdido no era el suficiente para que se hubiesen ido aquellos tres me metí en el servicio para echar mi última orina (mira que soy fisno, sí fisno). Total que cuando decidí que razonablemente era un tiempo que había tardado bastante y que nadie en su juicio estaría esperando tanto tiempo me encamine hacia fuera y cuál fue mi sorpresa al ver que se había formado un enorme tapón de alumnos y que aquello iba para rato. Mire hacia delante para comprobar que nadie me esperaba a un lado de la salida, pero con semejante tapón no vi a nadie. Espere pacientemente a que el gran flujo de estudiantes saliese (algunos no eran tan pacientes como yo y decían saltar las vallas). Por fin salí por aquellas puertas de hierro oxidado y lo primero que hice fue mirar en rededor para asegurarme que no existía peligro alguno. Uuuff. No había ni rastro de los tres. Camine tranquilamente y con la seguridad que te confiere el saber que el peligro había pasado. Estaba tan ensimismado que no vi como de alguna parte dos de los tres chavales se dirigían sin prisas hacía mi. Uno de los dos se tuvo que inclinar y coger una piedra, ya que esta paso por mi lado y por poco estuvo por darme. Ahí sí que me di cuenta de la presencia poco tranquilizadora de aquellos dos, aunque el tercer muchacho no se le veía por ninguna parte. Empecé a correr y ellos detrás de mi. Empecé a meterme entre la gente sin importarme si daba a alguien. Lo importante era llegar al autobús y ojala que este tuviera las puertas abiertas y nadie en la entrada. Me pesaba una barbaridad la mochila, pero tenía que seguir corriendo. Mis ojos no se volvieron hacía atrás para ver donde estarían esos dos, que estarían corriendo detrás de mi, rabiosos y llenos de furia por aquel insecto que yo representaba para ellos. Estaba a punto de llegar al autobús cuando la mala suerte o la rueda de la fortuna hicieron que me tropezase y cállese al suelo. No pude apenas levantarme cuando sentí que alguien tiraba de mi mochila y me hacia otra vez caer al sucio asfalto. Acto seguido empezaron a caer los puntapiés y algún golpe brutal dirigido a mi cabeza. Fue algo exprés y contundente.

http://memoriasdebullying.blogspot.com/2010/08/caceria-humana.html, a través de

http://vagabundotraslalibertad.blogspot.com/2010/08/rememorando-pesadillas-que-marcan.html

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